Las gafas del masón

En Sevilla, a mediados de siglo XVII, en el mismo siglo en el que en el que hombre se volvía racional y aun así la mayoría de la población vivía en una pestilente miseria vital e intelectual, vivía Manuel, un maestro carpintero, reconocido en el arenal por la buena factura de sus muebles.

No eran demasiado lujosos ni especialmente delicados. Pero las proporciones que usaba al crear sus obras, por algún extraño motivo eran muy aceptadas por sus clientes de esa burguesía creciente y casi consolidada.

Manuel había sido cantero en su juventud, el uso de las técnicas y de herramientas usadas en la cantería y construcción le había sido de gran ayuda al adaptarlas a los menesteres de la carpintería.

Una mañana pasó por su taller Tomás, el tendero de la abacería de la esquina a recoger su encargo. Una mesa de pino que utilizaría para presentar su genero a la entrada de la tienda.

A la mesa, aun le faltaban unos retoques, Manuel le invitó a sentarse mientras daba los últimos golpes de cepillo y refrescarse con una escudilla de vino.

Tomas, sentado sobre una pila de vigas, miraba a Manuel y sus movimientos cadentes y precisos. Manuel, ¿por qué crees que habiendo tantos maestros carpinteros en la ciudad tus muebles tienen tanta aceptación?

Manuel se acomodó las lentes que usaba en sus trabajos sobre su tabique nasal para poder ver a Tomas en a distancia. Querido Tomas, te contaré un secreto que guardo hace tiempo y que te brindo amistosamente porque nos conocemos desde que éramos zagales.

Cuando era joven, me instruí en los misterios del arte real, allí aprendí antiguas pero precisas técnicas para que mis obras tuvieran como destino la perfección. El trabajo de cantería y construcción decayó y me vi obligado a ejercer el santo oficio del padre de Jesús. Entonces, apliqué conocimientos a lo que producía en madera. Pasé unos años duros, en los que no conseguía vender mi género. Aquellas carencias por las que pase me obligaron a trabajar con poca luz, ya que no podía pagar ni el sebo para encender el candil. Con el cúmulo de mis años y aquellas circunstancias en las que trabajaba me llevaron al uso de las lentes que hoy porto.

¿Y en que afecta eso a tu éxito Manuel? Mira Tomás, en un principio, mis muebles eran justos y perfectos, sus uniones magistrales y su acabado, impecable. Al empezar a usar estas lentes conseguí ver mejor, pero esa mejora en la vista tenia como contrapartida una distorsión leve en todo lo que veía.

Encontrándome en esta situación seguí con mi producción ante la disyuntiva de realizar obras que no fueran perfectas o dejar mi oficio y condenar a mi familia a la miseria. Sorprendentemente, de alguna forma, noté que aquel cambio hizo que mis ventas subieran de manera sensible.

Yo miraba mis obras terminadas y expuestas, incluso desde lejos, veía sus imperfecciones y curvaturas fuera de cualquier nivel y rompían de alguna u otra manera las reglas de la escuadra. Era consciente de su imperfección, pero, por misterios que aun desconozco, al comprador final les parecían más armoniosas y justas.

Te diré, querido Tomás, que, al principio de usar las lentes, lo veía todo distorsionado. Luché días y noches por conseguir tableros lisos y con buen acabado. Perdí mucho material en aquel intento. En breve, poco a poco, me fui acostumbrando a esa distorsión y me cerebro de alguna forma asimiló aquella desviación que en un principio para mí era tan patente. Hoy, con las mismas lentes no soy capaz de notar efecto alguno.

Sólo cuando me las quito, soy capaz de ver a cierta distancia, la falta de armonía y precisión de mis obras. Sabes querido amigo, he llegado a la conclusión de que, a las personas de la calle, les gusta la imperfección, o lo le gusta, el caso es que ellos ven en esa curva una línea perfecta, en esa carencia de una pata mal acabada un equilibrio perfecto, en esa unión otrora magistral y hoy mediocridad pura un evento funcional.

Pero, Tomas, no me engaño, aunque mi percepción me indique esos errores sin usar el filtro vítreo y me devuelva a otra perspectiva cuando los uso, la escuadra siempre dice a verdad, siempre será una cuarta parte de la circunferencia.

¿Quiénes están equivocados? ¿Aquellos que ven rectitud en lo evidentemente deformado, en mi visión rectificada de mi cerebro cuando uso las lentes o en la matemática de lo justo y lo perfecto?

Nosotros, querido hermanos, colocamos al individuo en el centro de la existencia, a la razón como herramienta para discernir la verdad, lo justo y lo perfecto. Pero, no deberíamos olvidar que nuestras individuales racionales y nuestros defectos intrínsecos nos coloca a cada uno de nosotros en una órbita lejana al centro de rotación de la luz verdadera a la que todos queremos tender. A su vez, la sociedad en la que vivimos no entiende completamente, ni les hace falta ver una realidad más precisa, más justa y con uniones magistrales.

Quizás esa es para mí, la visión de un masón, ser consciente de que mi centro gravitacional soy yo, pero que con la perspectiva descubre otros centros gravitacionales en sus hermanos rodeados de esferas concéntricas que se conforman con otra realidad no tan acabada. Nadie en ese orbitar de perspectivas tiene la razón completa, sólo una aproximación a la cuarta parte de un circulo.

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